Antonio José NAVARRO LÓPEZ


NAVARRO LÓPEZ, Antonio José (Lubrín, 1739 - Baza, 1797). Eclesiástico ilustrado.


      Nacido en el seno de una familia acomodada, hijo de Antonio Navarro (Zurgena) y Josefa López (Lubrín). Dedicado desde pequeño al conocimiento y la investigación de su entorno geográfico, realizó sus estudios secundarios en una institución religiosa de la ciudad de Murcia, obteniendo el título de bachiller en Artes y Sagradas Escrituras. La carrera la realizaría entre Alcalá de Henares, donde comienza a abrir los ojos a la razón y el intelecto, y Orihuela, en cuya Universidad Pontificia se licenció y doctoró (XI-1761) con el título de maestro en Sagrada Teología.

      Su vida será un vertiginoso ir y venir por las tierras del Sureste. El mismo año de su titulación consiguió el empleo de catedrático de Teología Moral de Vera y su vicaría, aprovechando para viajar a Lubrín y descubrir importantes yacimientos de amianto. Dos años más tarde recibiría las órdenes sacerdotales, ganando por oposición su primer beneficio en la parroquial de Olula del Río (1763-66). Por concurso-oposición accede al beneficio de la parroquial de La Encarnación de la populosa localidad de Vélez Rubio, curato de último ascenso de los más rentables del obispado, que llevaba anexo la tenencia de la vicaría de los Vélez. Gracias a sus conocimientos teológicos, fue nombrado, además, examinador sinodal del obispado almeriense. Hacia 1773 ocupaba similar cargo en el vecino obispado Guadix-Baza. Por entonces, su fama como orador aventajado le granjeó cierto predicamento en círculos provincianos (Granada, Murcia, Cartagena, Orihuela...) y en la misma Corte.

      La década de residencia en Vélez Rubio (1766-1777) fue clave para su formación, coincidió con la construcción del templo de la Encarnación y su fastuosa inauguración, de la que Navarro redactó una completa y brillante memoria (reeditada por Revista Velezana en 1982), copió documentos en mal estado del archivo parroquial, recorrió sus campos en busca de minerales, formó una importante colección de antigüedades, plantas y piedras; escribió memorias; digiere las doctrinas de un escogido elenco de escritores europeos y traduce la obra del naturalista francés Conde de Buffon, su primer maestro; redacta las ordenanzas de la Junta de la Caridad e impulsa el nuevo Hospital Real velezano; experimenta e investiga escrupulosamente las tierras comarcanas y las del Almanzora; siente una especial atracción hacia las ruinas romanas de El Villar (Chirivel); a menudo, es consultado por científicos y colegas de muchas partes del país... y, especialmente, aún saca tiempo para crear la primera Sociedad Económica de Amigos del País del Reino de Granada, en Vera (1775). El rey Carlos III y los sucesivos secretarios de Estado le agradecerán estos incansables servicios en pro de la causa pública.

      En 1777, en dura oposición con clérigos de gran talla, opta a la canonjía lectoral de la Iglesia Colegial de Baza, una abadía dentro del pequeño y pobre obispado de Guadix. Aquí residirá el resto de su vida y se desarrollará su imparable carrera eclesiástica, al calor de la monarquía que, por el derecho de presentación del Real Patronato, pudo colocar a placer a fieles peones del pensamiento ilustrado en los cabildos eclesiásticos. Antes de 1785 ejercía, además, de comisario y calificador del Santo Oficio en el partido de Baza, siendo, además, prior y arcipreste de esta Iglesia. Tras nueve años como simple canónigo, por fin accedería, ahora por designación real, a una importante prebenda: la de tesorero, cargo que disfrutaba cuando redactó sus Viajes. Finalmente ocuparía la dignidad de Abad, también por deseo regio, entre 1790-97.

      En 1777 consigue la Canonjía Lectoral de la Colegiata de Baza y, desde aquí, prosigue sus ajetreadas investigaciones de campo y sus relaciones con importantes figuras de la Ilustración, como D. Pedro Franco Dávila, director del Real Gabinete de Historia Natural, a donde remitirá varios cargamentos de producciones naturalistas y arqueológicas del Sureste, entre los que destacan los mármoles de los Vélez y los amiantos de Lubrín.

      También en Baza erige de la nada otra Sociedad Económica de Amigos del País, con el fin de revitalizar la declinante actividad económica de la ciudad y de su extenso Partido. Al poco, Navarro es elegido por Floridablanca para desempeñar la Dirección de los Caminos de Levante (1781-1792), logrando modernizar la llamada red de carreteras de Levante, la que, naciendo al poniente de Baza, encuentra su lógico final en las inmediaciones de Lorca. Tenemos constancia, igualmente, de la dirección del canal de la Comisión, en Vélez Rubio, que permitió poner en riego una extensa zona de vega. Además, el conde de Floridablanca (primer ministro de Carlos III y cuñado del magistrado Antonio Robles Vives, entrañable amigo de Navarro), recurrirá en varias ocasiones a la personalidad y sabiduría del canónigo bastetano para poner en práctica sus planes reformistas; así, le encarga la redacción de una Historia Natural de los Reinos de Granada y Murcia, en varios volúmenes, que entregará en 1792.

      Imbuido de conceptos como “felicidad pública”, “utilidad social”, “buen gusto”, “reformismo”, dedicará su vida a ponerlos en ejecución sobre la piel de una tierra que agoniza entre ignorancias y rutinas multiseculares. Navarro trabaja y se dedica a una franja de terreno muy concreta, la que él llamaba «mi país»: «desde la costa de Vera hasta el puerto de Águilas, seguirá por Lorca, Vélez, Huéscar, Baza, Almería y, siguiendo la costa por el Cabo de Gata, vendrá a concluir en Mojácar». Fiel a esta premisa, todos sus escritos sobre Historia Natural, Economía Política, Arqueología, Viajes Científicos, etc, irán destinados a este lejano y, para él, entrañable rincón peninsular.

      En 1790 es ascendido por Carlos IV a la dignidad de abad mitrado de la abadía de Baza. Poco después, también será galardonado con los títulos de socio del Instituto de París y correspondiente de la Real Academia de la Historia, incluso se barajaba su nombre en la corte para ocupar la vacante surgida en los obispados de Almería y Barcelona, pero la muerte se le presenta de pronto y arrasa sus 57 años de vida.

      Gran parte de su voluminosa obra inédita saldría en almoneda pública; otra importante porción fue robada; sólo una pequeña muestra pudo ser rescatada por su sobrina, la docta velezana Dª Juana Martínez Serna, y por el canónigo y amigo bastetano D. Francisco Zenteno. El resto de las valiosísimas colecciones de Historia Natural, Antigüedades y Numismática, la estupenda biblioteca y sus numerosos manuscritos y abundantes dibujos se perdieron para la investigación y el estudio. Peor aún, parte de la obra original fue después acaparada, ocultada y dada a conocer como propia (plagiada) por algunos «eruditos a la violeta».

      Aunque, lamentablemente, sus escritos y colecciones de naturaleza se disgregaron o fueron utilizados fraudulentamente por otros, su memoria perduró varios años, baste un ejemplo: cuando en 1806 el célebre Simón de Rojas Clemente viaja hasta el Reino de Granada y visita los Vélez, pregunta por él, utiliza sus informaciones y ensalza su figura intelectual. Después... el olvido más absoluto. Durante muchos años, el nombre de Antonio José Navarro fue borrado de la faz de los archivos. La memoria de un hombre que trabajó hasta la extenuación por elevar la cultura de toda una región y por alcanzar la felicidad pública para el Sureste comenzó a ser rescatada a finales del s. XX: en 1982, con la divulgación de su conocida “Memoria de las célebres fiestas realizadas con motivo de la inauguración del templo de Vélez Rubio” (1769); en 1997, con la edición de una magnífica biografía a cargo de Antonio Guillén Gómez; y, finalmente, en 2005, con la colocación de una placa en su memoria en la antesacristía del templo velezano.





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