Sacerdote e historiador. A los seis
años pasó con su familia a vivir en Almería. Sus primeros estudios los
realiza en las Escuelas del Ave María del Quemadero y, gracias a la influencia
de su primer y entrañable maestro, Miguel Romero Abadie, se apasiona desde
muy joven por la investigación histórica. A los trece años ingresó
en el Seminario de Almería. Poco después consigue una beca y es propuesto
para ir al Colegio Español de Roma, Universidad Gregoriana, pero nadie
puede costearle los estudios, así que permanecerá siempre en Almería.
La Guerra interrumpe sus estudios y los tres años de contienda los vive
en Valencia y Ciudad Real. Después vuelve a Almería, donde trabajó algunos
meses como oficinista en la compañía de electricidad Fuerzas Motrices
del Valle de Lecrín, hasta su vuelta al Seminario, en el que terminaría
el bachillerato y la carrera de Magisterio. En el año 1943 fue ordenado
sacerdote en Granada. En este mismo año defendió sus tesis doctoral sobre
“El sentido eucarístico del capítulo sexto del Evangelio de San Juan
en los teólogos postridentinos (1562-1862)”, en la Facultad de Teología
de Cartuja, lo que le familiariza con la metodología de la investigación
histórica.
Su primer destino fue el Seminario de Almería, donde
desempeñó diversas funciones (prefecto de disciplina, secretario de estudios,
administrador, profesor de Latín y capellán del Hospicio). Posteriormente,
y por espacio de veinte años, fue cura párroco de Vélez Blanco (1948-1959)
y Berja (1959-1968), etapa en la cual escribió la historia de ambas comarcas,
que publicó en sus dos primeras monografías.
En 1967 la Real Academia de la Historia le nombró
académico correspondiente en la provincia y se traslada a la capital,
donde fue capellán del Colegio La Salle. Desde 1970 disfrutó de una beca
de la Caja de Ahorros de Almería, que le permitió dedicarse por entero
a la investigación de los hechos acaecidos en la provincia, gracias, también,
al apoyo obtenido del cardenal Ángel Suquía, que fuera breve obispo de
la diócesis (1966-69), al dispensarle de sus obligaciones pastorales impresionado
por la publicación de Los obispos de Almería, 66-1966 (Almería,
1968).
En 1971, un año después de la publicación de su
libro Almería, piedra a piedra, el Ayuntamiento de la capital
le nombró cronista oficial, pasando a residir ya de forma permanente en
esta ciudad. En 1982 el Instituto de Estudios Almerienses lo designó socio
de honor. En 1986 la Diputación Provincial de Almería le concedió la
Medalla de Plata de la Provincia de Almería, en el transcurso del homenaje
colectivo que se le rindió con motivo de la celebración del “I Encuentro
de Cultura Mediterránea”. Asimismo, en agosto de 1988, el Ayuntamiento
de Vélez Blanco, que ya le había nombrado hijo adoptivo con anterioridad,
le dedicó una plaza en el centro del pueblo. De igual modo, le fue dedicado
el VIII Festival de Música Tradicional de La Alpujarra, celebrado en Berja
en agosto de 1989. El último reconocimiento público se lo dispensó el
Ayuntamiento de Almería al dedicarle una calle frente a la casa donde
residió sus últimos años.
El Padre Tapia fue un escritor prolífico, dejando
más de 50.000 fichas. De este trabajo acumulativo da cuenta el hecho de
que pudiera dar a la imprenta casi treinta volúmenes de libros en los
últimos veinticinco años de su vida. Inició su andadura historiográfica
con los artículos periodísticos, una labor extensa y dilata, aunque no
demasiado conocida, que nunca abandonó del todo, iniciada en 1930 en el
periódico católico La Independencia, regularizada tras su vuelta
de Granada. En Yugo escribió las series “Glosario Litúrgico,
los domingos, la misa del día” (de 1947 a 1960), “Noticia del Marquesado
de los Vélez” (1955), “Prehistoria almeriense” (1956), “Las comarcas
almerienses en 1492” y “Las sedes episcopales del Sudeste de España”
(1957), “De la Berja antigua” (1958), “Hasta el Mulhacén” (1959),
“Don Juan de Austria y Almería” (1960), “La reconquista” (1961, 1963
y 1964), “Guerra de fronteras” (1964), “La Historia y los pueblos de
Almería” (1970). Para La Voz de Almería realizó la lógica continuación
de series anteriores: “La Semana Naval del Mar de Alborán” (1971), “Almería
musulmana y morisca”, “Almería cristiana” (1987), “El centenario de
Vera” (1988) y, sobre todo, “Panorama almeriense”, la más extensa (1985-1987).
Las monografías locales que inmediatamente siguieron
a esta etapa formativa fueron: Vélez Blanco, la villa señorial de
los Fajardo (Madrid, 1959) y, seis años más tarde, Historia de
la Baja Alpujarra (1964; 2º ed., por el Ayuntamiento de Adra, 1989;
y 3ª ed., por el Instituto de Estudios Almerienses, 2000), con el que
obtuvo el premio Excma. Diputación de Almería, otorgado por la Casa de
Almería en Barcelona. De esta primera etapa destaca la colaboración con
el lingüista suizo Arnald Steiger (1896-1963), familiarizado con la toponimia
árabe, al que conoció en Murcia y que prologaría su primer libro, y,
en menor medida, el catedrático de Murcia Juan Torres Fontes. En estos
primeros libros introdujo nuevos planteamientos al tratar la historia local.
En primer término, al valorar el periodo andalusí como una etapa más
de la Historia y preocuparse por utilizar traducciones lo más fidedignas
posibles de los autores árabes, empleados como fuentes textuales originales.
En segundo lugar, al añadir un apéndice final de documentos, respaldaba
la importancia informativa de las fuentes originales y contribuía a su
valoración como un patrimonio digno de conservarse.
Ya en la capital y comenzada la década de los años
setenta, publicó tres de sus grandes obras: Almería piedra a piedra,
que conocerá diversas ediciones aumentadas y corregidas hasta convertirse
en la “biografía de una ciudad” (1ª ed. Almería, 1970; 2ª ed. 1974;
3ª ed., Málaga, 1992), con 1.400 páginas de intensa historia de una
ciudad. Le sigue Breve Historia de Almería (1972), el primer intento,
todavía esquemático, por abordar la historia de la provincia en su totalidad;
acabando en Almería hombre a hombre (Almería, 1979), basado en
los trabajos de Jover, Castro Guisasola y, sobre todo, Martínez de Castro.
Es entonces cuando consolida su vocación histórica, al obtener de Caja
de Ahorros una beca vitalicia para dedicarse de lleno a su oficio de historiador,
lo que le permite abordar su proyecto más amplio: su inacabada Historia
General de Almería y su Provincia. Éste fue, sin duda, su más ambicioso
y casi descomunal proyecto, del que llegó a ver publicados más de dos
tercios de los volúmenes: t. I, La prehistoria; t. II, Las colonizaciones;
t. III y IV, dedicados a la Almería Musulmana, en dos volúmenes,
I (711-1172) y II (1172-1492) con una 1ª ed., publicada en 1978 y con
una 2ª ed. aumentada y corregida en 1986; t. V y VI, Almería musulmana
I. Vida y cultura, en dos volúmenes, 1989; t. VII, Almería mudéjar;
t. VIII, Los almerienses del siglo XVI, aparecidos también en 1989;
y, finalmente, los t. IX a XIV (Almería morisca, Rebelión y
guerra de los moriscos, Destrucción de un pueblo, Los almerienses del
siglo XVII: las tres comunidades; Repoblación de la Alpujarra Almeriense,
1572-1752, y Repoblación de las tierras de Almería y de Vera,
en el mismo periodo, que vieron la luz en 1990).
Mientras tanto abordaba otros temas complementarios.
Entre ellos cabe la curiosidad por lo popular, que le llevó a recopilar
canciones y versificaciones presentando el libro Canciones y juegos
de los niños de Almería, de Florentino Castro Guisasola (Almería,
1973, 2ª ed. 1985, 3ª ed. 2004) o las tradiciones más o menos piadosas
de la religiosidad popular, en especial mariana, tratadas en varias publicaciones:
La Virgen del Mar vino a su ciudad (Madrid, 1987); La Virgen
María en nuestra tierra (Madrid, 1988) o Cincuentenario del templo
de San Roque. Almería, 1946-1996 (Almería, 1996). Los trabajos de
encargo resueltos con solvencia: Al servicio de Almería y su provincia.
Historia del Monte de Piedad y Caja de Ahorros (1900-1975) (Almería,
1975) o los que son resultado de una confluencia de circunstancias e intereses:
Los baños de Sierra Alhamilla (Almería, 1980).
Trató los temas más dispares, quizá como ensayo
de síntesis e integración en lo que fue el gran proyecto de su vida.
De este modo, se preocupó de investigar aspectos relacionados de una manera
amplia con la historia económica (por ejemplo, “La agricultura en el
Almanzora durante la Baja Edad Media”, en Roel, 3, 1982); la Almería
musulmana (con el mismo título publicado en Documentos para el entendimiento
islámico- cristiano, 51, 1976; “El último Abduladín”, en Revista
Velezana, 5, 1986; o “Crónica breve de la Almería nazarita”, en
el Coloquio Almería entre culturas, 1990); el culto mariano y la
historia de la iglesia (“Primera iglesia y primeros cristianos de Vélez
Rubio”, en Revista Velezana, 2, 1983; o “La devoción de la Virgen
de la Cabeza en tierras almerienses”, en Encuentros de Cultura del
Mediterráneo, 1986); o la conflictiva situación de la provincia en
el siglo XVI (“El señorío de los Fajardo en el Almanzora”, “El cura
de Albox cautivo en Argel” y “Don Juan de Austria en el Almanzora”,
todas en Roel, 1, 2 y 7-8, 1980, 1981 y 1986-87; “Expulsión de
los moriscos de los Vélez”, en Revista Velezana, 8, 1989, etc.),
uno de sus temas más queridos, que ya había tratado en otras ocasiones
con maestría de buen narrador en un artículo pionero, es: “La costa
de los piratas”, en Revista de Historia Militar, XVI, 1972.
Con los datos obtenidos tras confeccionar miles de
fichas y artículos periodísticos, Tapia volverá en su última época
a abordar la monografía local en libros dedicados a Vera o a Tahal (Historia
de la Vera antigua, Almería, 1987; o El estado de Tahal en la Sierra
de Filabres, Almería, 1988). Pero la ausencia de un cuerpo documental
amplio y accesible, el agotador esfuerzo de poder sintetizar tal cúmulo
de datos, la dificultad de resolver la infinitas dudas y contradicciones
que asaltan al historiador cuando se comparan los documentos y, sobre todo,
el inexcusable conocimiento de la realidad geográfica local, quizá lo
disuadió de enfrentarse a otros proyectos de esta índole.
La muerte le dejó sin ultimar la publicación del
tomo XV de su monumental Historia General de Almería y su provincia.
Tampoco vieron la luz una historia de su villa natal, Abla; un libro de
cultura tradicional (“Cantes y coplas en los pueblos almerienses”) y
otro que iba a titular “Almería, pueblo a pueblo”, basado en las notas
dispersas que había ido recopilando en el transcurso de los años y había
venido publicando en la prensa.
Tapia pretendió aportar materiales para la compresión
del pasado más como ejercicio de reconocimiento y que de reflexión sobre
los problemas. No interpretó los hechos, los recogió lo más fidedignamente
posible, yuxtaponiendo a veces explicaciones dispares, cauteloso siempre
frente a la “historia sectaria”. De hecho, reivindicó la “soledad del
historiador” frente a los hechos. Por ello, no existe un hilo conductor,
una hipótesis general o una teoría a defender en sus investigaciones.
Se trata simplemente de completar el rompecabezas con los datos.
La unidad de estilo la obtuvo a través de la peculiar
personalidad y el mundo referencial del autor (los temas más queridos
-la historia de la Iglesia, los moriscos, etc.-, el estilo -irónico, socarrón
a veces...- , el método -recopilatorio, narrativo incluso, escéptico
y acumulativo otras-), consecuencia de un objetivo difuso e inviable que
entonces preparaba: la historia total, por completa, de Almería.
Tapia no fue sólo el referente historiográfico provincial
tanto al interior como al exterior por muchos años (prácticamente en
la segunda mitad del siglo XX), sino también el interlocutor ante los
primeros investigadores extranjeros.
Dibujo de José Luis Ruz Márquez, procedentes
de sus libro Homenaje al Padre Tapia (1988)